Otra noche fría. Llueven gotas gruesas que empapan sus ropas y deforman su sombrero. El empedrado refleja la luz de un solitario farol. Más allá la calle esta oscura. Con algo de dificultad enciende un cigarrillo. El resplandor del encendedor ilumina efímeramente las paredes viejas y gastadas de un caserón durmiente.
Sigue esperando en la esquina solitaria. Sabe que lo están buscando, pero no tiene miedo. Con 35 años en el negocio algo se aprende, al menos a no dejarse matar como un perro, eso seguro.
Marazzi va a tener que enviar a su elite para hacer el trabajo y Harper no va a dejarse agarrar tan fácilmente. No, no lo van a sorprender dormido. Tantea el cabo de la pistola mientras piensa eso. El cigarrillo se quema paulatinamente apretado entre sus labios, maldice, esta tardando demasiado.
Por fin llega, cuando el pucho ya se acaba. Escupe la colilla. Traqueteando, despacio, cansado, rutinario, llega el colectivo.
La sabia costumbre de revisar la puerta de su casa antes de entrar fue de utilidad una vez. El pequeño alambre de cobre en la bisagra delató a la bomba. Se había quedado sin ropa, ni tarjetas ni dinero. Sus pertenencias de vida estaban allí dentro. Todo lo abandonó sin mirar atrás. Solo tenia dinero suficiente para un pasaje de avión. El trayecto al aeropuerto tendría que ser obligadamente en transporte publico. Subió receloso. Pago las monedas sin mirar siquiera al conductor. Su vista se deslizaba alrededor como la de una serpiente preparándose para morder.
Una mujer gorda dormía con la boca abierta en un asiento doble. Un niño de unos ocho a diez años también dormía acostado sobre ella, con los pies descalzos. Hacia la mitad del ómnibus un tipo de camisa a cuadros y jeans sucios miraba distraído por la ventanilla.
La posibilidad de que lo hubieran seguido era mínima pero eso no impidió que empezara a desconfiar. Dio unos pasos por el pasillo en dirección a la parte trasera. Le preocupaba el hombre de camisa a cuadros. Camino hacia allí con la mano en el bolsillo, aferrando la pistola. El hombre, con la misma indiferencia, bostezó sin cubrirse la boca y se levantó de su asiento. Harper se detuvo expectante. El sujeto volvió a mirarlo con indiferencia. Enseguida dio 1/2 vuelta y se encamino hacia la puerta de atrás para bajar.
Lo vio descender expulsando un suspiro de alivio. Se sintió seguro de ahí en más. Se sentó en el asiento que el sujeto había abandonado al bajarse. El cuero de la silla aún estaba tibio. No pasó mucho hasta que el traqueteo del ómnibus le hizo adormecerse. Tuvo un corto sueño; pero placentero y pacifico.
Despertó bruscamente cuando algo frío se apoyo intempestivamente contra su frente. Su mirada, todavía borrosa, al igual que su entendimiento, no reconocieron al sujeto. Cuando sus ojos enfocaron a la cara lo comprendió todo. Comprendió que clase de gente era Marazzi y la profesionalidad de la elite. Comprendió porqué la mujer gorda dormía tan profundamente en una posición tan forzada y porque su piel estaba tan pálida.
La muerte interrumpió sus pensamientos. Gran cantidad de sangre con restos de masa encefálica manchó las ventanillas del colectivo, el asesino se escabullo por la salida con la celeridad de un ratón perseguido. No mucho después sus pies descalzos escapaban velozmente por las calles mojadas.