Esa maldita canción.
El viento suspiró entre las hojas y el viejo suspiró a su vez en respuesta. Añoraba el tabaco. Un buen cigarrillo le hubiera sacado todas sus molestias pero el medico no necesitó advertirle algo que él ya sabia. Un pucho más y se acababa la historia.
Suspiró de nuevo. No tenia miedo de morir. En realidad, temía más abandonar la vida. Ese caldo agridulce. Esa montaña rusa.
De pronto estaba tocando. Siempre pasaba así cuando se sentía melancólico. Tomar la guitarra, acomodarla en su falda y pulsar las primeras cuerdas eran ya movimientos automáticos, gestálticos.
Sus manos no eran las de antes y sus esqueléticos dedos estaban rígidos y arrítmicos. Pero se atrevió igualmente a tocar una difícil, de Clapton y un par de riffs que hubieran hecho sonreír a Jimmy. Volvía a ser el amo y la guitarra su esclava y no al revés como en los últimos tiempos de la banda.
El viento sopló de nuevo. Se detuvo y tosió. El pez Koi tatuado en su brazo lo miraba, anciano, cansado pero aún serio, casi ceñudo.
(Continuará)
(Supongo)
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